MIGUEL BARNET

El Camino de la Polvora. Agosto 2010

Como un grito resonante salido de lo más profundo de su alma llega Diago a la pintura cubana para decirle al mundo, con versos de Nicolás Guillen: ¡Aquí estamos! La palabra nos viene húmeda de los bosques y un sol enérgico amanece entre las venas...

Heredero de una tradición familiar que lo une a su abuelo, el gran pintor Roberto Diago, su obra expresa el drama vivo de una colectividad que surgida de la esclavitud y la marginalidad, respira con el aire libertario del cimarronaje. Hedonista y sensual, su persona como su obra rezuman energías inagotables y savias puras. Su complejo y rico mundo de valores extraído de la fuente popular, su descomposición del mito, su adicción al conjuro sacromágico, lo convierten en un modelo del mejor patrimonio plástico del país. Lo humano, lo social de su obra, su intención vindicadora y su apego a las raíces, venga de los ancestros, o de la vida cotidiana del barrio, hacen que su obra se aleje, paradójicamente, de los elementos contextuales con los que trabaja para situarlos en una dimensión trascendente.

Diago es un animal de sueños, un artista que tocando el fondo ha podido llegar a vencer todos los atavismos que pudieran haber impedido una plena realización.

El lenguaje plástico del artista se asemeja al del oficiante que invoca a las deidades y las hace corpóreas, dialoga con ellas. Conjuro, epifanía, magia, se confunden en su quehacer, y la tiza, los palos del monte, el latón y el yute adquieren a su vez una presencia poética movida por un ritmo semejante al que rige la naturaleza.

Sus telas, sus cuadros, sus esculturas, tienen la textura de la piel humana y reflejan al mundo interior del artista como encarnación de un linaje recuperado.?El artista, que digo, el oficiante trabaja con sus herramientas como el que prepara una nganga, con el objetivo de exorcizar la rémora del pasado, el lastre del presente y la conjunción de todos los maleficios. Desenfado y plenitud, ganas de decir aquí estoy o lo que hay es que no morirse, como eco de muchas voces que no pudieron en su momento expresarse a pleno pulmón

Con muchas ganas, con sobrado talento, Juan Roberto Diago ha ido dejando su voz desbordante en la pintura cubana con un aliento muy personal. Sin imitar a nadie, sin quererse parecer a nadie, con un tratamiento singular de la materia plástica, sin escatimar recursos y a la vez utilizándolos con parquedad - como también usa el color- Diago ha recogido los deshechos de la historia para magnificarlos y ennoblecerlos .

Con la misma libertad con la que nació, arrebatada a la historia y heredada de sus muertos cercanos, el pintor ha recreado un mundo que ya no le pertenece porque lo lego a sus sucesores en un collage que parece repetir las palabras de William Faulkner cuando escribió "el tiempo pasado y el tiempo futuro están contenidos en el tiempo presente". En ese presente donde se reafirma la herida para sanarse con cura de caballo esta ubicado Juan Roberto Diago, acechando a ndoki y mirando al horizonte desde su trono de yaguas.?La casa de tiza blanca, el camino de pólvora, la gota de sangre, están ahí para revelarnos las potencias del misterio que conviven en nosotros como fuerzas primigenias, como esencias eróticas, como signos alegóricos.

Diago recrea un mundo invisible y esotérico sin descriptivísimo, sin mitologismo, sino con un poder de síntesis que ilumina como un fogonazo. Su obra es cubana, caribeña y universal porque sus intenciones rebasan lo local para situarlo en un ámbito global que lo obliga a emparentarse con el resto del mundo, a darse la mano con sus contemporáneos en la misma agonía compartida y en la esperanza de la salvación humana."No puedo olvidar". "mi historia es tu historia". "nos vemos mañana", son lemas que con gran elocuencia expresan una imperiosa necesidad de convivencia.

El humanismo estoico de Diago se revela también en la frase de una de sus obras más bellas y reveladoras "donde el dolor no duele". Esta filosofía solo comprensiva para aquel que ha sido tatuado con el dolor y que no se ha dejado vencer, como cuando Esteban Montejo afirma: "por cimarrón no conocí a mis padres, pero eso no es triste porque es la verdad", es una lección moral que el artista nos entrega como un trofeo ganado luego de una infinita carrera hacia el camino de Damasco.

Quizás sea ese estoicismo el que le da un vigor tan poderoso a cada una de sus creaciones, el que le insufla a sus telas y sus cuadros de yute y latón esa fuerza ancestral que al final nos reconcilia con nosotros mismos y con nuestra historia, por dramática que sea.

Somos como somos y no como quieran ver somos así los que tendremos un cielo para todos y la tierra para pocos como cifro el artista en una de sus obras de llega y pon. Juan Roberto que no es un primitivista, ni un ingenuo, ni un expresionista, mucho menos un surrealista o un abstracto, ha remontado con sabiduría y sobre el caballo de Allaguna, la historia de cuba, y la ha hecho materia de su arte, carne de su carne, sangre de su sangre, para en una aventura fabulosa única dejarnos un testimonio personal de la vida de muchos de los contemporáneos suyos que no han tenido la posibilidad de contarla. Hombres y mujeres sumergidos en el ámbito del barrio, que con mínimos recursos y mucha integridad han vivido en la pobreza como única opción. Toda su obra es un canto a esta gente. Arte de vivencias personales trasmutadas en poesía. Es lo inverosímil en lo real, lo ignoto en lo visible, la luz en la oscuridad, la revelación en el misterio. Diago ha creado un imaginario cubano íntimamente relacionado con la dura y crispante realidad.

Las palabras que Andre Breton le dedico a Wifredo Lam bien pudieran haber sido escritas para la obra de Juan Roberto Diago. El poeta surrealista dijo que nuestro mas grande pintor "ha descubierto el secreto de la unificación de percepción física y la representación mental". Yo añadiría ha esto que Diago, además, ha descubierto la percepción física y ha unificado, en increíble simbiosis la representación mental con la sensación emotiva. Y es posible que esto se deba ha la gran naturalidad que se refleja en su obra y la aparente espontaneidad de su ejecución artística.

Si las culturas de todo el caribe se plasman con energía vital y proyección humanística y universal en la obra de un pintor del patio ese es Juan Roberto Diago.

Transgresor de esquemas anacrónicos y mitos de consumo mercantil nuestro artista ha hallado la índole más sensible de lo étnico con los elementos necesarios para su más genuina representación.

Lo cubano, esa esencia fútil y dramática, que dispone a sus caprichos de los rasgos de una idiosincrasia marcada por el mestizaje de aportes muy variados, donde el punteo de la guitarra española, el seco tañido de los tambores africanos y la estridente y lejana corneta china, ostentan sus atributos, tiene en Juan Roberto Diago un exponente mayor.

Toda su obra es una elegía a ese mundo subterráneo que gracias a artistas como el sale a la superficie para exclamar con Nicolás Guillen: ¡aquí estamos, la palabra nos viene húmeda de los bosques, y un sol enérgico amanece entre las venas...

Nuestro canto es como un músculo bajo la piel del alma".