La sola mención de la palabra raza genera espectativas, sobre todo dependiendo de quien la pronuncie. Obviar la referencia de posiciones en cuanto a este tópico sería ciertamente “el engaño da las razas”, o, más bien, el autoengaño.

De cualquier visión social humanista prefiero dudar por totalizadora; en el fondo de todo asunto queda el individuo. La Revolución Francesa nos legó una intachable declaración de derechos del hombre, el problema es que no se aplicaba igual la igualdad en París que en Fort-deFrance (Martinica); tal vez siguiendo la máxima de que todos somos iguales pero somos más iguales que otros.

En nuestro país, como en cualquier otro, pese a que la constitución establece la igualdad, esta es asumida de forma diferente de acuerdo al sujeto —otra vez el individuo— que la esgrima, la utilice o la manipule según sus propios intereses.  Amparándome en los dictados filosóficos del judío vienés K.M. sobre el desfase existente entre ser y conciencia social y en casi cuatro décadas —insuficientes como período histórico —en las que tentativas de cambio social de visión hacia en individuo negro (y todo lo que esto conlleva: espacio social, percepción cultural, reivindicación históricas, etc.) no han sido todo lo efectivas que se esperaban. (1)

En las artes plásticas cubanas la utilización de la imagen del negro como raza ha gozado de todas las manipulaciones habidas y por haber. Lo más común ha sido explotarla desde el punto de vista religioso, ora folclorista, ora emparentando –empastando- conceptos de raza e identidad a fin de tamizar o eludir un punto que debido a las connotaciones políticas que podría acarrear su disección por lo delicado de su tratamiento, pocos se atreven a tocar. La crítica, salvo excepciones, ha hecho lo mismo.

Ni músicos ni deportistas intenta, desde una perspectiva gnoseológica, reflexiva, histórica, puramente artística e igualmente individual, llamar a atención sobre creadores y obras que, aunque en algunos casos el tema no constituya el centro de sus políticas, sí de manera tangencial y hasta a veces inconsciente, sus discursos conceden un espacio para re-pensar el vasto campo donde se mezclan sociología, antropología, ideología, política, etnología, etc., en relación con la raza negra, campo que de forma reducida y peyorativa —no exenta, por supuesto, de implicaciones racistas— muchos denominan negritud.

La diferencia ostensible entre todo sujeto negro con uno blanco (no sé hasta qué punto puede ser categoría lo que la melagenina dona) que haya  abordado el tema como creador radica en que este, al menos en una ocasión dentro de su obra, se ha valido de la autorepresentación como manera de convertirse en blanco (diana) donde confluyen y acaecen los conflictos raciales y específicamente culturales que una cultura dominante -euro centrismo- ha impuesto y de la cual le es Imposible escapar pues, a fin de cuentas, respondemos a esos modelos, He aquí donde se imbrican el protagonismo fetichista y manipulador del negro como paradigma de potencia sexual y virilidad a ultranza (Elio Rodríguez); la Historia (la de los historiadores) como instrumento difuminador, tamizador y alienador a conveniencia de individualidades mediante sus modelos prefijados de “occidentalización” (Alexis Esquivel); la esencia dialógica en cuanto a la precisión de conceptos afines el ente social negro -raza y masculinidad- aprovechando objetos que pueden funcionar como símbolos integrativos y/o contrastes -paraguas negro, muñeca blanca- estableciendo relaciones interraciales y eróticas consigo mismo que a su vez reproducen mecanismos de carácter social (René Peña); o la sutileza de conflictos “ideológicos” igualitaristas (Manuel Arenas). Douglas Pérez, por su parte, en incómoda y a la vez aprovechable posición de observador y juez, se remite a la plantación decimonónica para, desde un pasado-presente, jugar -y divertirse- con la ambigüedad de contornos indefinidos que una “identidad’ cambiante e inexacta le ofrece y propone transmutar en amorfo emblema.

Esta muestra también presenta sus contornos amorfos ya que todo emblema es cuestionable, toda máscara engendra una visión equivocada, todo término o sonido puede ser al mismo tiempo propio y ajeno si en definitiva -y definiendo- no somos deportistas, ni músicos tampoco, creo.

 

(1) Ver: Revista TEMAS, No. 7, 1996, págs. 4-64.

curatorial project by: Alejandro de la Fuente and Elio Rodriguez